Para cada uno de nosotros todo empezó a través de las sensaciones y de la adquisición de las percepciones. En ese momento fue cuando comenzó nuestro aprendizaje.
Si damos a oler una copa de vino, la mayoría de las personas dirán: "huele a vino, es un olor vinoso".
En realidad no se puede apreciar correctamente nada sin un previo aprendizaje y entrenamiento.
De hecho hay un doble aspecto en esto de educar nuestros sentidos, mejorar nuestra precisión y sensibilidad y reforzar la facultad de apreciación y de discernimiento.
Lo que ocurre es que no sabemos utilizar más que una parte de nuestras posibilidades sensoriales.
Max Légliese, habla de una regresión actual del gusto y del olfato y dice: "A la larga, ya no oímos los coches en la calle, el tren cercano, el repiqueteo de las máquinas de escribir en la oficina de al lado, la conversación de nuestros vecinos de mesa. Se ha establecido una barrera inconsciente. A fuerza de inhibición, nos volvemos indiferentes, olvidamos el uso de los sentidos."
La vida ciudadana nos aleja de la riqueza olorosa y gustativa de la naturaleza. Perdemos la curiosidad de los sabores y los olores y la aptitud para percibir reacciones emocionales a través de ellos. Restringimos progresivamente el número de sabores y olores que se consideran agradables.
La pereza de los sentidos desemboca en la uniformidad, en la neutralidad y lo insípido de los alimentos. Los fabricantes lo saben perfectamente, así buscan que un producto desagrade lo menos posible al mayor numero posible de personas.
La cata de vino es una buena escuela contra la degradación de nuestros sentidos, es un extraordinario medio de educación. Mantiene los sentidos alerta y permite una mayor percepción de las cosas.
Fuente:
http://www.tucocinaytu.com